RIDÍCULO

Me he muerto. Me explico:
Es viernes y hace una semana que no tengo contacto con nadie conocido. La crisis del Coronavirus nos tiene en una cuarentena que se extenderá hasta las cuatro semanas y vamos por la mitad. Hoy no tenía que trabajar, pero por una cosa o por otra habré hecho media jornada. Aun así, ya he tocado el saxofón dos horas, el piano otras dos, me he echado siesta, he leído Tolstói mientras bebía un par de cervezas y me he tomado un par de copas de vino durante la cena. Voy a mear. Desde hace unos meses meo siempre sentado, los carteles del servicio de limpieza del curro dicen que mejora la vida sexual. No es por eso. Es por limpiar menos. Fin. El caso es que a veces esta práctica invita a hacer de vientre, mucho menos que de costumbre, pero sí a dejar un detalle. Estoy en el lavabo, no es el cagadero habitual y no hay papel. Lógicamente mi atuendo de tele-trabajo incluye el chándal de Adidas y toca lucirlo en los tobillos por el pasillo en busca del papel que hay en el otro baño. A consecuencia de las dos semanas sin salir de casa he reventado la suela de las alpargatas, y en una de ellas la tengo colgandera y susceptible de flectar hasta el punto de provocar la auto-zancadilla. Este es el piso de mis padres. Vivo aquí porque dejé a mi novia y ahora dispongo de más metros cuadrados de los que merezco. Peo me gusta el riesgo y a pesar de no conocer mi nuevo entorno, no enciendo las luces. Kase. O de fondo respalda mi osadía. Resulta que a todas estas coincidencias se suma una puerta corredera entreabierta que tras yo perder el equilibrio me disloca el cuello con la misma pericia que la desarrollada por una mujer de Monzalbarba sacrificando gallinas. Y aquí me hallo, imaginando la cara del responsable de la policía que dos días más tarde me encuentre boca abajo con mierda en el culo y todas las evidencias de que soy gilipollas al alcance de la antítesis de Sherlock Homes.




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